Sí, hoy voy a hablar de esa zona oscura, sin fondo, irreferible, estremecedoramente sospechada: "el horror, el horror!", como clamaba el protagonista de "El corazón de las tinieblas", la memorable novela de Joseph Conrad, ante el espectáculo de la esclavitud, la tortura y la muerte.

No aspiro a enseñarle nada a nadie, ni aleccionar a nadie; solo los invito a que me acompañen a asomarnos a ese abismo oscuro.

Hace tres días, murió una niña de doce años en un barrio de Montevideo, que estaba haciendo sus deberes, por el impacto de una bala que atravesó la pared de su vivienda -por llamarle de algún modo, porque era una divisoria de lata-. El hecho no necesita calificativos. Uno podría abordarlo filosóficamente por las leyes del azar, como la película "Match - point" de Woody Allen, que plantea el tema de modo artísticamente ejemplar. Yo no quiero. El único corolario que me suscita este suceso, es el poema de Vallejo: "Un hombre pasa con un pan al hombro / ¿voy a hablar después, sobre mi doble? (...) Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre / ¿cabrá aludir jamás al Yo profundo?". Y seguiría explayándome: ¿con qué ánimo y sentido puedo programar el día de hoy y pensar en el futuro, si a esa niña se le truncó la vida apenas empezada, de la manera más impredecible y brutal? Es el sinsentido en estado puro. Lo diré con una metáfora tomada  prestada a Tomás de Mattos: "Son latigazos que estremecen el lomo de mi alma". Y el título de un capítulo de una de sus grandes novelas: "Las máscaras de la muerte". 

Eso es asomarnos al horror. 

Ahora bien. Ese hecho, que habla por sí solo y desbarata todos nuestros proyectos y sentidos de la vida -al menos para mí-, no es aislado ni casual. Hay sucesos que son como un rayo fatídico que desgarra nuestro ilusorio cielo temporal. Y que pese a su rasguido puntual, se concatenan con otros y otros, y conforman una constelación ubicua y condenada. Por eso mi vocación hilvanadora: la búsqueda de lazos que nos orienten en la oscuridad. No conjuran el horror pero le dan una direccionalidad, lo reformulan.

Y otra vez voy a nuestra hipocresía social, a la conciencia insensibilizada de mucha gente. Porque la trágica noticia en cuestión, no he visto que haya ocupado más que un día y medio en la prensa. 

Quedé con el llanto desesperado de una madre por la tele, en mis oídos y mis retinas.Del mismo modo que hace unos días, el sepelio de alguien cuya muerte lamento y me inspira respeto, provocó una multitudinaria despedida con aplausos. Los que aplaudían estaban en su derecho: ¿pero qué aplaudían? ¿Acaso repararon en que para esta niña no habría más deberes escolares, ni planes, ni futuro? Días antes había muerto una madre que buscó más de cuarenta años a su hijo desaparecido en las más atroces circunstancias de la dictadura, y reinó en torno el más absoluto silencio. Esta disparidad de criterios también es parte del horror. Orquestada por cierto, por muchos medios informativos que son más agencias propagandísticas del Estado que otra cosa. Y sumado a todo eso, el silencio imperante.

Porque la niña muerta en una casualidad horrible, integraba un mundo de pobreza extrema en el que impera la violencia ciega, la rivalidad de bandas de la droga, el hambre.Una subcultura de la muerte y la miseria que se hace cada vez más difícil revertir.

Sumado a esto, otro aspecto estos días más notorio del horror: la muerte de decenas y decenas de compatriotas por la pandemia en un pico extremo; muriendo en las condiciones más espantosas, mientras el ciudadano que funge de presidente, hace oídos sordos a los criterios de toda la comunidad científica del país. Coincido enteramente con la editorial de "Crónicas" del lunes. Pero yo -de mi peculio-, agrego algo más: creo que es una sordera y una insensibilidad ostensible, que responde a una política mezquina favorecedora de los más ricos. 

El Diario "primero siempre", que fue el vocero de la dictadura, que publicaba los requerimientos de Wilson como sedicioso (yo tengo memoria), este mismo lunes editorializa sobre la imposibilidad de la "unidad" y su contenido engañoso. En eso, y únicamente en eso coincido con el mencionado matutino, solo que desde el lado más opuesto al suyo. Los llamados a la unidad son falsos y engañosos porque la famosa "grieta" -término acuñado en la Argentina- existe, es cada vez más insalvable y está determinada por la defensa de intereses completamente opuestos. La de los que creemos que la vida es lo primero, y que hay que evitar que la gente siga muriendo; y la de quienes privilegian la política fiscal y el reconocimiento de las calificadoras financieras internacionales.

Y esa es la causa principal de que la gente siga muriendo y de que la miseria económica -trasuntada en miseria moral y espiritual- siga creciendo de modo también endémico y exponencial. Y de que siga habiendo víctimas absolutas como esta niña, ante lo que tendríamos que sentir indignación, culpa y vergüenza.

El silencio cómplice y la anestesia moral, también es el horror.